Comentario diario

¿Y tú? ¿Quién dices que soy yo?

Jesús lanza una pregunta directa, casi incómoda: ?¿Y vosotros, quién decís que soy yo?? No es una pregunta de examen ni una curiosidad teórica. Es personal. No busca la respuesta ?correcta?, sino la respuesta del corazón. Y no se la hace solo a Pedro o a los discípulos? también nos la hace hoy a ti y a mí.

Muchas veces vivimos de lo que dicen los demás: lo que opinan los medios, las redes, los amigos, la familia? incluso sobre Jesús. Pero la fe no se hereda como un apellido, ni se copia como un trabajo de clase. La fe se decide. Es un ?sí? que brota de la experiencia y del encuentro con Él.

Pedro da una respuesta preciosa: ?Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo?. Y Jesús le dice: ?Esto no lo has descubierto tú solo, te lo ha mostrado mi Padre?.

En la vida también nos pasa: hay momentos en los que, sin saber bien por qué, nos damos cuenta de que Dios está con nosotros. A veces en medio de un problema, en una conversación que nos toca el alma, en una Eucaristía que nos despierta por dentro. Y ahí, en lo profundo, brota una certeza: ?Tú eres el Señor de mi vida?.

Pero este evangelio también es muy realista. Pedro, que acaba de decir algo tan grande, en la siguiente escena mete la pata. Jesús habla del dolor, de la cruz, y Pedro no lo acepta: ?¡Eso no puede pasarte, Señor!?. Y Jesús le responde con dureza: ?Ponte detrás de mí, Satanás. Tú piensas como los hombres, no como Dios?.

Qué fácil es seguir a Jesús cuando todo va bien, cuando entendemos lo que hace, cuando nos sentimos cómodos. Pero la fe madura cuando no entendemos, cuando duele, cuando hay que confiar sin ver. Jesús no necesita fans que le aplaudan, sino discípulos que le sigan? incluso cuando el camino se oscurece.

En el fondo, este evangelio nos enseña que Dios puede hablar a través de nosotros, como lo hizo con Pedro y que también podemos equivocarnos, cuando queremos adaptar a Jesús a nuestros planes en vez de adaptar nuestra vida a los suyos.

Por eso hoy, quizá, lo mejor que podemos hacer es dejar que esa pregunta de Jesús resuene dentro: ?¿Y tú, quién dices que soy yo??

Y no responder corriendo, sino dejar que la vida lo diga con hechos. Que Él sea realmente el centro, la roca, el guía. Porque sólo cuando Jesús ocupa su lugar, todo lo demás encuentra el suyo.